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El cuento de siempre, el cuento moderno

Narrar ha sido una necesidad para los seres humanos desde tiempos inmemoriales. Dicha necesidad ha venido siendo estudiada por la ciencia. Por ejemplo, Bruner (14) dice que la forma más antigua del pensamiento humano es la narrativa ("pensamiento narrativo"), que consiste en contarse historias a uno mismo y a los otros. Al narrar historias, vamos construyendo significados que van dotando de sentido a nuestras experiencias. Es decir, narrando actualizamos continuamente nuestra historia.

Pensemos en esta necesidad ante diferentes situaciones cotidianas: la llegada a la escuela o al trabajo para contarle a una amiga o compañero lo que ocurrió anoche; la entrevista para referir a alguien trabajos anteriores, experiencia; o simplemente esa anécdota que se resiste al silencio y que se suelta ante el primer conocido que se cruza, etc. Sin embargo, nuestros antepasados más remotos inventaban historias fantásticas que para ellos eran importantísimas, puesto que así explicaban lo que de otra manera no podían explicar: el trueno, la caída del sol, la lluvia, la existencia de los ríos y montañas. Aquellas historias eran sagradas en sus comunidades; las pronunciaban para satisfacer a los dioses (fuerzas superiores) o aplacar su enojo. La transmisión oral (todavía no se había desarrollado la escritura) las multiplicó y diversificó enormemente. Son los llamados mitos.

Se diferencia a los mitos de las leyendas, en cuanto a que estas últimas narran hechos también fantásticos o sobrenaturales, pero que no guardan una relación directa con lo ceremonial o sagrado. Además, las leyendas han atravesado las distintas épocas, de modo que a muchas de ellas se les puede rastrear su origen hasta personas de existencia real (por ejemplo, la leyenda del Doctor Fausto y su pacto con el diablo, inspirada en la vida del mago, adivino y alquimista Johann Georg Faust, que vivió entre los siglos XIV y XV).

La palabra cuento proviene del término latino comp?tus ("cuenta"), el que, a medida que se fue formando el castellano, derivó en dos palabras: una más utilizada por gente culta y asociada al cálculo numérico ("cómputo"); otra de uso más generalizado y popular ("cuento"), que se reservó para el quehacer humano de narrar ("contar") historias.

Un cuento puede definirse como una narración breve de hechos imaginarios, que presenta una reducida cantidad de personajes y donde las acciones se encadenan linealmente desde un principio (introducción) hasta un desarrollo (nudo) y final (desenlace).

Durante el Renacimiento, la palabra "cuento" se suma a diversas palabras medievales con las que se designaba a otras especies narrativas (ejemplo, fábula, proverbio, etc.). Enrique Anderson Imbert, escritor e investigador, incluye a todas estas formas de narrar, originalmente de tradición oral y colectiva, en la categoría de "cuentos tradicionales", a los que define como "breves unidades de acción contadas por un narrador." (15) Estos cuentos, también llamados "populares", se han multiplicado y dispersado a lo largo de territorios y épocas.

Cuando mitos, leyendas y cuentos tradicionales fueron fijados por escrito, ampliaron y enriquecieron lo que llamamos literatura. En el caso particular de los últimos, se los denomina cuentos literarios cuando tienen autor conocido, se transmiten y conservan por medio de libros y presentan una mayor preocupación estética.

El cuento adquiere la forma que actualmente le conocemos en el siglo XIX, cuando autores como el prusiano E.T.A. Hoffmann (1776-1822) y el norteamericano Nataniel Hawthorne (1804-1864) ya no se limitaron a rescribir relatos populares con su estilo, sino que se dedicaron a sus propias creaciones. El cuento moderno también está en deuda con el también norteamericano Edgar Allan Poe (1809-1849), quien priorizó la impresión que se quiere causar en el lector. Destacó la importancia de la brevedad (un cuento debe leerse de una sola sentada), la minuciosa composición de la trama (cada frase y cada personaje y sus acciones deben pensarse en función del final que se ha premeditado para la historia) y la sorpresa del final, que debe provocar un efecto impactante.

Otra clasificación de los cuentos (además de tradicionales o populares) considera cuáles son los hechos que se narran (verosímiles, fantasiosos, etc.) y el tono predominante en la narración (conmovedor, humorístico, etc.). De acuerdo con ello, los cuentos pueden ser:

Realistas: presentan hechos verosímiles (que parecen reales). Para crear el efecto de realidad, el autor se vale de técnicas, tales como descripciones detalladas de ambientes y personajes. Por ejemplo, La miel silvestre, de Horacio Quiroga, y El pozo, de Ricardo Güiraldes.

Fantásticos: en una historia que se está desarrollando dentro de los parámetros de lo creíble, irrumpe un acontecimiento extraño o sobrenatural que genera duda o incertidumbre en el lector entre una explicación lógica y otra irracional. Por ejemplo, La mendiga de Locarno, de H. Von Kleist, y Sennin, de Ryunosuke Akutagawa.

Extraños (16): son los que presentan elementos sorprendentes o misteriosos, pero que no atraviesan la frontera de lo verosímil. Las dudas del lector se terminan resolviendo de manera lógica. Es el caso de El almohadón de plumas, de Horacio Quiroga, o La verdad sobre el caso del señor Valdemar, de Edgar A. Poe.

Maravillosos: el lector acepta sin vacilar la existencia de un mundo mágico o sobrenatural donde habitan duendes, brujos, hadas, dragones, etc. Los cuentos de hadas pertenecen a esta especie; también se pueden incluir en este grupo algunos cuentos de Oscar Wilde, como El gigante egoísta o El príncipe feliz.

De terror: intentan generar sentimientos de miedo en el lector apelando a los temas más angustiantes para los seres humanos: las enfermedades, la muerte, los espíritus y seres sobrenaturales, y toda clase de calamidades y catástrofes. Pueden considerarse ejemplos de esta clase La ventana tapiada, de Ambrose Bierce, y El horror oculto, de H. P. Lovecraft.

De ciencia ficción: partiendo de hechos científicos y avances tecnológicos, proyectan una realidad hacia otro tiempo (frecuentemente hacia el futuro). Se trata a menudo de historias distópicas, es decir, que presentan un futuro indeseable para la humanidad. Tal es el caso de El peatón, de Ray Bradbury, y La última pregunta, de Isaac Asimov.

Policiales: narran hechos relacionados con la delincuencia, crímenes y justicia. En los primeros cuentos policiales, un investigador, por medio de la deducción lógica, logra esclarecer un delito (policial clásico o de enigma). Con posterioridad, las historias incorporaron investigadores con vidas muy azarosas o complicadas y una mayor dosis de violencia y corrupción (policial negro). Son ejemplos del primer grupo Las pisadas misteriosas, de Gilbert K. Chesterton, y La señal en el cielo, de Agatha Christie, ambos de nacionalidad británica; y del segundo, Los asesinos, de Ernest Hemingway, y Una mujer en la oscuridad, de Dashiell Hammett, dos autores estadounidenses.

NOTAS

(14) BRUNER, J., Realidad mental y mundos posibles, Gedisa, Barcelona, 1998.
(15) ANDERSON IMBERT, Los primeros cuentos del mundo, Marymar, 1977.
(16) Término propuesto por el lingüista ruso Tzvetan Todorov en Introducción a la literatura fantástica, Coyoacán, México, 1995.